Cuando el futuro económico está en la balanza, quienes toman las decisiones están pendientes de datos que hay que tomar con pinzas. El que una mujer pierda su empleo puede hacer la diferencia entre el repunte o la caída de la economía.
Vamos a llamar a esta mujer Eva, y vamos a suponer que ella vive en Durham, en el norte de Inglaterra. Hoy su ropa de ejecutiva cuelga en el armario; sus zapatos no están lustrados. La semana pasada, por casualidad, perdió su empleo cuando unos pocos desafortunados sufrieron las consecuencias de un recorte de personal en la empresa en la que trabajaba.
Esta semana, también por casualidad, alguien llama a la puerta de su casa para que participe en una encuesta de empleo que sigue la vida laboral de 100.000 adultos.
Eva, sin saberlo, está a punto de mover montañas. Con una entrevista de 30 minutos y una equis en un cuestionario hará temblar la economía.
Grandes sumas de dinero darán bandazos en todo el sistema financiero mundial. Políticos estarán en aprietos y muchos negocios caerán en quiebra.
¿Cómo? Su estatus laboral es constatado. Entra en un registro. Y, en nuestro ejercicio ficticio, si unas 5.037 personas que participaron en la encuesta el mes pasado fueron clasificadas como desempleadas, en un grupo que cambia parcialmente cada vez, este mes hay 5.038 individuos sin trabajo.
Una vez que se hacen los cálculos, la nueva cifra de desempleo se extrapola a toda la población de un país, y el índice llega al 7,8%. El mundo tiembla. El mes pasado -en nuestro ejemplo ficticio- la tasa era del 7,7%.
Los "analistas", que habían estimado que las cifras de desempleo disminuirían un 0,1% -confirmando señales de recuperación- declaran estar "sorprendidos". Olvidan comparar esa cifra con otras más prometedoras y los medios de comunicación promulgan que el desempleo ha aumentado, otra vez.
"Nervioso"
Los titulares se llenan de palabras como "fracaso" o "fatalidad", mientras todos los intentos del Banco de Inglaterra para rescatar la economía se hacen agua.
Las perspectivas de las finanzas públicas del Reino Unido son corregidas por comentaristas en todas partes, mientras se duda de la recuperación del país y la cantidad de dinero que el gobierno podrá recaudar con el que se esperaba reducir sus préstamos mensuales.
Aumenta el nerviosismo en los mercados. El caso de Grecia está presente en la mente de todos. Una agencia de riesgos degrada el valor crediticio de la nación.
Se instaura el pánico; el dinero se va del país; nadie quiere bonos del Estado británico a menos que aumenten considerablemente las tasas de interés; y se empieza a escuchar que las finanzas públicas del país están a punto de colapsar.
En el fondo de todo este alboroto, está Eva. ¿Por qué sólo ella? Porque el tamaño de la muestra en la que se basan las cifras de desempleo es tal que un cambio del 0,1% es igual a unas 65 personas.
Se podría hilar todavía más fino, pues es improbable que el total sea divisible por 65 así que si sobran, digamos, 33, se redondeará hacia arriba pero si sobran 32, hacia abajo.
Es por esto que, al final, una sola persona puede marcar la diferencia entre el incremento o caída del nivel de desempleo de un país.
Buena lectura
Ésta no es una crítica a la forma en que la fuente recoge o presenta la información. La Oficina Nacional de estadística deja muy claro que -la mayoría de las veces- la cifra es precisa sólo a 0,2%. Esto significa que un incremento del 0,1% en la tasa de desempleo puede ser consistente en un 0,1% con una caída real del desempleo en toda la economía.
El rango de incertidumbre es igual a decenas de miles de personas en la economía real. La variabilidad de la muestra en regiones puede ser tres veces mayor que todo el país.
Nuestra pequeña fantasía es improbable y depende de la causalidad y del comentario público irreflexivo. Sin embargo el punto es que tiempos febriles producen reacciones nerviosas. Cada dato sobre el estado de la economía es interpretada, analizada, recalculada, y se hace mucho -quizás demasiado- de lo poco.
La diferencia entre un aumento o una caída es juzgada con caras solemnes cuando la verdad es que es posible que el cambio que observamos ni siquiera existe. Los datos económicos no son un conjunto de hechos, sino de pistas, algunas de las cuales son pistas falsas producto de errores de medición inevitables.
Lo que hay que preguntarle a las firmas encuestadoras: ¿de cuánta gente real en esas encuestas depende la apariencia de cambio? Lo que importa no es cuántos participan en el estudio, sino cuántos marcan la diferencia.
Al día siguiente, antes de que las cifras de desempleo se publicaran, Eva encontró un trabajo nuevo.
Vamos a llamar a esta mujer Eva, y vamos a suponer que ella vive en Durham, en el norte de Inglaterra. Hoy su ropa de ejecutiva cuelga en el armario; sus zapatos no están lustrados. La semana pasada, por casualidad, perdió su empleo cuando unos pocos desafortunados sufrieron las consecuencias de un recorte de personal en la empresa en la que trabajaba.
Esta semana, también por casualidad, alguien llama a la puerta de su casa para que participe en una encuesta de empleo que sigue la vida laboral de 100.000 adultos.
Eva, sin saberlo, está a punto de mover montañas. Con una entrevista de 30 minutos y una equis en un cuestionario hará temblar la economía.
Grandes sumas de dinero darán bandazos en todo el sistema financiero mundial. Políticos estarán en aprietos y muchos negocios caerán en quiebra.
¿Cómo? Su estatus laboral es constatado. Entra en un registro. Y, en nuestro ejercicio ficticio, si unas 5.037 personas que participaron en la encuesta el mes pasado fueron clasificadas como desempleadas, en un grupo que cambia parcialmente cada vez, este mes hay 5.038 individuos sin trabajo.
Una vez que se hacen los cálculos, la nueva cifra de desempleo se extrapola a toda la población de un país, y el índice llega al 7,8%. El mundo tiembla. El mes pasado -en nuestro ejemplo ficticio- la tasa era del 7,7%.
Los "analistas", que habían estimado que las cifras de desempleo disminuirían un 0,1% -confirmando señales de recuperación- declaran estar "sorprendidos". Olvidan comparar esa cifra con otras más prometedoras y los medios de comunicación promulgan que el desempleo ha aumentado, otra vez.
"Nervioso"
Los titulares se llenan de palabras como "fracaso" o "fatalidad", mientras todos los intentos del Banco de Inglaterra para rescatar la economía se hacen agua.
Las perspectivas de las finanzas públicas del Reino Unido son corregidas por comentaristas en todas partes, mientras se duda de la recuperación del país y la cantidad de dinero que el gobierno podrá recaudar con el que se esperaba reducir sus préstamos mensuales.
Aumenta el nerviosismo en los mercados. El caso de Grecia está presente en la mente de todos. Una agencia de riesgos degrada el valor crediticio de la nación.
Se instaura el pánico; el dinero se va del país; nadie quiere bonos del Estado británico a menos que aumenten considerablemente las tasas de interés; y se empieza a escuchar que las finanzas públicas del país están a punto de colapsar.
En el fondo de todo este alboroto, está Eva. ¿Por qué sólo ella? Porque el tamaño de la muestra en la que se basan las cifras de desempleo es tal que un cambio del 0,1% es igual a unas 65 personas.
Se podría hilar todavía más fino, pues es improbable que el total sea divisible por 65 así que si sobran, digamos, 33, se redondeará hacia arriba pero si sobran 32, hacia abajo.
Es por esto que, al final, una sola persona puede marcar la diferencia entre el incremento o caída del nivel de desempleo de un país.
Buena lectura
Ésta no es una crítica a la forma en que la fuente recoge o presenta la información. La Oficina Nacional de estadística deja muy claro que -la mayoría de las veces- la cifra es precisa sólo a 0,2%. Esto significa que un incremento del 0,1% en la tasa de desempleo puede ser consistente en un 0,1% con una caída real del desempleo en toda la economía.
El rango de incertidumbre es igual a decenas de miles de personas en la economía real. La variabilidad de la muestra en regiones puede ser tres veces mayor que todo el país.
Nuestra pequeña fantasía es improbable y depende de la causalidad y del comentario público irreflexivo. Sin embargo el punto es que tiempos febriles producen reacciones nerviosas. Cada dato sobre el estado de la economía es interpretada, analizada, recalculada, y se hace mucho -quizás demasiado- de lo poco.
La diferencia entre un aumento o una caída es juzgada con caras solemnes cuando la verdad es que es posible que el cambio que observamos ni siquiera existe. Los datos económicos no son un conjunto de hechos, sino de pistas, algunas de las cuales son pistas falsas producto de errores de medición inevitables.
Lo que hay que preguntarle a las firmas encuestadoras: ¿de cuánta gente real en esas encuestas depende la apariencia de cambio? Lo que importa no es cuántos participan en el estudio, sino cuántos marcan la diferencia.
Al día siguiente, antes de que las cifras de desempleo se publicaran, Eva encontró un trabajo nuevo.
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