Pasajeros del tiempo
Por Claudio H. Sánchez
En Volver al futuro, Marty McFly retrocede treinta años en el tiempo e interfiere en el noviazgo de sus padres. Si éstos no llegan a conocerse, él no será concebido. Entonces ¿cómo pudo hacer el viaje y evitar que sus padres se conozcan?
Este es un ejemplo de la llamada “paradoja de modificación del pasado” que aparece en todos los relatos sobre viajes en el tiempo, desde Ray Bradbury hasta Isaac Asimov y desde Viaje a las estrellas hasta Doce monos. En realidad, no es necesario algo tan violento como impedir un matrimonio para producir la paradoja.
La estructura del tiempo es tan compleja que cualquier cosa que un viajero haga en un tiempo que no es el suyo repercute en el futuro de manera impredecible y paradójica. Como dice el abuelo Simpson en Tiempo y castigo (del Especial de Noche de Brujas): “Si algún día llegas a retroceder en el tiempo, no vayas a tocar nada, porque el más mínimo cambio puede alterar el futuro como ni te imaginas”.
La paradoja de modificación del pasado es la razón por la cual la mayoría de los físicos considera que los viajes al pasado son físicamente imposibles. Pero no todos piensan igual. Periódicamente las revistas de divulgación publican noticias acerca de máquinas para viajar por el tiempo que serían teóricamente posibles, aunque nunca dan suficientes detalles como para ser tomadas en serio.
Una de estas máquinas ha sido propuesta por físicos como Paul Davies, de la Universidad de Arizona y Kip Thorne, del Caltech. Consiste en dos agujeros negros unidos por un túnel. Si uno de los agujeros se hiciera girar a velocidades próximas a la de la luz, aseguran, se produciría un desfasaje temporal entre ambos agujeros: mientras en uno de ellos el tiempo transcurre a su ritmo normal, el otro avanzaría más rápidamente hacia el futuro. Quien entrara por este segundo agujero, saldría por el otro en el pasado.
Esta máquina del tiempo conectaría el futuro con el presente. No permitiría viajar hasta un pasado anterior a la fecha de creación de los agujeros. Esto la pone a salvo de una interesante objeción planteada por Stephen Hawking: si alguna vez se construyera una máquina del tiempo, hoy mismo estaríamos siendo visitados por viajeros provenientes de ese futuro en que los viajes al pasado son posibles.
Desde ya que ninguna estructura organizada (y mucho menos un ser vivo) resistiría el paso a través de un agujero negro. La máquina del tiempo de Davies y Thorne solamente podría ser usada por partículas elementales. Pero aún en este caso aparece la paradoja de modificación del pasado que pone en duda la efectividad de la máquina.
Por ejemplo, supongamos que disparamos una partícula hacia el agujero negro de entrada. Si tenemos suerte y la máquina funciona bien, la partícula saldría por el otro agujero en un momento anterior, antes de haber entrado. ¿Qué pasa si entonces decidimos no enviar la partícula? ¿Cómo pudo salir de un lugar en el que nunca entró?
OTRAS PARADOJAS
La paradoja de modificación del pasado no es el único problema físico y lógico que aparece al operar con máquinas del tiempo. En Otras inquisiciones, Jorge Luis Borges comenta un poema de Samuel T. Coleridge: “Si un hombre soñara que ha estado en el paraíso y que le han dado una flor y, al despertar, encontrara esa flor sobre su almohada, ¿sería eso prueba suficiente de que ha estado ahí?”.
Pensando en una flor que se trae del futuro el protagonista de la novela de H. G. Wells La máquina del tiempo, Borges agrega: “Más increíble que una flor celestial o que la flor de un sueño es la flor futura, la contradictoria flor cuyos átomos ahora ocupan otros lugares y no se combinaron aún”.
Se puede plantear esta paradoja en una forma menos poética. Luego de desayunar, un viajero se embarca en su máquina del tiempo hasta la noche anterior. Al llegar, va a la cocina y contempla el desayuno que tomó antes de partir. Esa leche que está en la heladera, esa mermelada que está en la alacena, también están en su estómago. ¿Cómo se explica esta duplicación?
En realidad, es posible responder a estas objeciones si pensamos que la máquina del tiempo podría estar relacionada con las altas concentraciones de materia y energía de los agujeros negros. Esa materia y energía se consumiría, entre otras cosas, en proveer a la materia que se multiplica en el viaje por el tiempo, manteniendo el equilibrio del universo.
Sin embargo, aparecen problemas más profundos cuando lo que se duplica es una persona. Por ejemplo, en Volver al futuro II, el Doc tiene un breve encuentro consigo mismo mientras prepara el pararrayos para el desenlace de la primera parte. Cuando retorne a 1985, ¿recordará Doc haber estado a ambos lados del encuentro en 1955? ¿Cuándo se incorporará ese recuerdo a su memoria?
Isaac Asimov ha sacado partido del problema del balance y multiplicación de materia en su novela El fin de la eternidad, donde los viajes por el tiempo tienen objetivos comerciales: las épocas en las que escasean ciertos recursos o materias primas, las importan de otras en las que éstos abundan.
LA PARADOJA DEL LIBRO NUNCA ESCRITO
Supongamos que un viajero del siglo XXI se traslada a la Viena de mediados del siglo XIX con un ejemplar de La interpretación de los sueños. Allí, localiza a un joven estudiante de medicina llamado Sigmund Freud y lo mata. Con Freud fuera de circulación, el viajero publica el libro con su nombre y se convierte en fundador del psicoanálisis.
¿Quién es, en esta nueva realidad, el autor de La interpretación de los sueños? No Freud, que murió antes de escribirlo. Pero tampoco el viajero, que se limitó a poner su nombre en un libro que ya estaba escrito. Esto se conoce como la “paradoja del libro nunca escrito” y aparece en El descubrimiento de Morniel Mathaway, un cuento de William Tenn.
En el cuento, Morniel Mathaway es un mediocre pintor de mediados del siglo XX que sueña con el éxito y con obtener el reconocimiento de la crítica. Un día recibe la visita de un tal Glescu, un crítico del siglo XXV, un futuro en el que Mathaway es efectivamente un pintor famoso, reconocido como uno de los más grandes de todos los tiempos.
El crítico pide ver los cuadros de Mathaway, pero no reconoce ninguno de los que lo harían famoso, que se encuentran reproducidos en un libro que se ha traído del futuro. Es evidente que aún no han sido pintados porque pertenecen a un período posterior de la carrera del artista.
En un momento Mathaway desaparece y el narrador piensa que quiere robarse el libro para copiar esos cuadros geniales que lo harán famoso. Pero reconoce en eso la paradoja del texto nunca escrito (o del cuadro nunca pintado): si Mathaway copia pinturas que vio por primera vez en un libro, ¿quién sería el creador original de esos cuadros? En realidad, el pintor tiene otros planes: roba la máquina del tiempo rumbo a ese futuro que lo reconocerá como genio.
Mientras tanto, Glescu queda varado en el siglo XX, sin documentos ni ocupación. Entonces decide tomar la identidad de Mathaway y dedicarse a una antigua afición: la pintura. Pero la influencia del artista, a quien admira, es tan grande que todo lo que pinta se parece a lo que hay en el libro: él es el verdadero Morniel Mathaway que será reconocido en el futuro, autor de tantos cuadros famosos.
Aquí la paradoja se resuelve mediante otro recurso habitual de la ciencia ficción: el círculo que se cierra en el tiempo. Como en Terminator, los desarreglos que un viajero hace en un tiempo que no es el suyo no constituyen realmente modificaciones del pasado sino que forman parte de ese pasado desde el primer momento.
UNA INTERPRETACION FISICA
Supongamos que hay un libro parado sobre un estante. En un momento alguien pasa y lo hace caer. Entonces lo levanta del suelo y lo vuelve a poner en su lugar. Es decir, restituye el libro al estado en que se encontraba antes de caer. Desde un punto de vista físico, un viaje al pasado puede ser algo tan simple como eso: volver a un estado anterior, revirtiendo todas las transformaciones que hayan tenido lugar mientras tanto.
Claro que el ejemplo del libro no es perfecto. Cuando se cae, el texto no cambia solamente su posición. Puede ser que el golpe estropee su encuadernación, que se machuque un poco. Además, mientras el tiempo pasa, las transformaciones químicas que hacen envejecer el papel siguen su marcha.
De todas maneras, podemos imaginar una reversión completa, un proceso que haga retroceder todas las transformaciones que hubiera sufrido el libro a partir del momento en que alguien lo hizo caer. Desde el punto de vista físico podríamos decir que, para el libro, el tiempo ha retrocedido.
Esto no se parece a los viajes como se plantean en las historias de ciencia ficción. Es un fenómeno local, asociado a un objeto y no a un tiempo global, como solemos entenderlo. Es algo que le pasa al libro y que no afecta a nada más. Pero parece que es lo más parecido a un viaje en el tiempo que podemos hacer, compatible con las leyes de la física y sin conducir a paradojas. Y también fue usado por la ciencia ficción en Juego de espejos un cuento de Fredric Brown.
La acción transcurre en el año 2004. El profesor Norman Hastings, de setenta y cinco años de edad, ha creado una máquina del tiempo. Para probarla, pone en la cámara una herramienta vieja y oxidada. Ajusta los controles para hacerla retroceder un año y acciona la máquina. Al abrir la cámara, espera encontrar que la herramienta ha desaparecido porque, supuestamente, la ha enviado al pasado. Para su sorpresa, la herramienta sigue ahí, aunque ahora está nueva y reluciente.
Luego de otros intentos parecidos Norman comprende que lo que hace su máquina es revertir todas las transformaciones (físicas, químicas y de cualquier otro tipo) que haya sufrido un objeto cualquiera en un intervalo de tiempo determinado. Más que una máquina del tiempo es una máquina rejuvenecedora.
La máquina también funciona con los seres vivos: pone un perro y saca un cachorro. Y Norman decide probarla consigo mismo. Ajusta los controles para retroceder cincuenta años. El, que tenía setenta y cinco años al entrar, es un joven de veinticinco al salir.
Pero no solamente rejuvenece su cuerpo. También rejuvenece su mente, y eso incluye a su memoria. El proceso borra todos los recuerdos acumulados por Norman durante cincuenta años. Su recuerdo más reciente es haber estado tomando sol con su novia en 1954. De repente, se encuentra en un laboratorio en el año 2004. Desde el punto de vista práctico, lo que ha hecho Norman es viajar cincuenta años hacia el futuro.
Al principio, no entiende nada. Por suerte, Norman el viejo le ha dejado una carta explicándole lo sucedido. Este “viaje” no produce ninguna de las paradojas habituales. El joven Norman no se desmaterializa del pasado para aparecer en el presente. El Norman joven no se encuentra con el Norman viejo.
Aun así, el cuento no está libre de paradojas: la materia que forma el cuerpo de Norman joven no es la misma que la del Norman viejo. Podemos pensar que el viejo Norman tenía el pelo canoso y que el joven tiene el pelo negro. ¿De dónde salieron esos pigmentos que antes no estaban? Recuperarlos no es simplemente revertir una transformación de una materia existente en el cuerpo del Norman viejo. Como en el texto de Borges, sus átomos ocupan ahora otros lugares y el proceso no puede hacerlos regresar. Sólo persisten las paradojas.
¿Estoy loco o qué?
¿Estoy loco o qué?
Por William Speed Weed
Si se retorcés el pelo mientras leés o contás siempre las rayas de las baldosas de una vereda, es mejor que leas este artículo.
Queridos lectores, gracias por sus colaboraciones. Después de nuestro primer “¿Estoy loco?”, publicado en julio de 2006, nos llovieron cartas en que nos cuentan sus pequeñas rarezas, y hemos constatado que de loco todos tenemos un poco. Algunos albergan temores irracionales; otros, sentimientos de culpa; otros más, un complejo de superioridad. Sufren de ansiedad, insensibilidad, euforia, depresión, ira y amor. Pero, claro, lo mismo nos pasa a todos porque somos humanos, imperfectos y pintorescos a nuestro peculiar estilo, y porque, bien mirado, la “normalidad” no existe.
Aun así, hay que distinguir entre las conductas raras aceptables y aquellas que causan problemas y deben corregirse. Es muy tenue la línea entre lo excéntrico y lo patológico. Consultamos sus casos con eminentes psiquiatras y psicólogos, y he aquí el dictamen de sus distintos grados de locura.
P.¿Por qué me retuerzo el cabello con un dedo siempre que leo, y sólo cuando leo?
Alégrese de no tener tricotilomanía, el hábito malsano de arrancarse mechones de pelo de la cabeza, las cejas y otras partes velludas del cuerpo. Su conducta es una rareza inofensiva y tal vez muy útil: quizá la haya adoptado como un mensaje no verbal, dirigido a quienes te rodean, para decir “¡Déjenme en paz! Estoy leyendo”. Según la psicóloga Marianne LaFrance, de la Universidad Yale, “los hábitos de automanipulación como retorcerse el cabello son mensajes sutiles que enviamos a los demás para que no se acerquen. Si una persona se mira sin cesar las uñas o tamborilea con la punta del pie, nos expresa que no quiere hablar con nosotros”.
P.Tengo 47 años y me encanta el tacto del raso. De chico acariciaba el ribete de raso de la colcha mientras me chupaba el dedo. Ahora llevo siempre un pañuelo de ese material y lo acaricio en el bolsillo. Me calma. ¿Estoy loco?
En absoluto, dice Lori Perman, doctora en psicología y psicoterapeuta de Santa Mónica, California. “La mayoría de la gente nunca supera la necesidad de consuelo, sólo que la satisface con comportamientos más adultos que el de llevar siempre a rastras una mantita de bebé”. Antes bien, si no halláramos la manera de relajarnos y aliviar el estrés cotidiano, enloqueceríamos. Demasiados adultos recurren a consuelos nocivos, como fumar o comer en exceso. Un poco de acariciar raso en privado no afecta a nadie.
P.Cuento todo: los escalones del lugar donde trabajo (23), los paneles del techo (96), las ondas de la cortina (14). En el consultorio del dentista cuento ¡hasta las repeticiones de las flores de papel de la pared! Debo estar tocado.cuenta
El hábito de contar puede ser una simple rareza, incluso benéfica, señala Doris Wild Helmering, psicoterapeuta y escritora de Saint Louis, Missouri. “¿Qué mejor manera de distraerse de las maniobras del dentista que contar las flores del consultorio?”, dice. Pero para algunas personas contar se vuel-ve una actividad obsesiva (aritmomanía) incontrolable e incapacitante. Estos contadores sin cuento podrían ser víctimas del trastorno obsesivocompulsivo (TOC), explica el doctor Eugene Beresin, profesor de psiquiatría de la Universidad Harvard.
La verdadera cuestión es si usted controla el conteo o él lo controla a usted. Beresin propone: “Pregúntese qué pasaría si usted dejara de contar. ¿Algo malo? ¿Se pondría ansioso?” Para algunos casos de TOC, el tratamiento más eficaz es una combinación de antidepresivos y psicoterapia con un psiquiatra competente.
P.Si camino en el shopping o manejo mi auto, no soporto ir al ritmo de quienes van a mi lado. Tengo que acelerar para adelantarme o frenar para que me pasen. ¿Es esto irracional?
De ninguna manera. Según el doctor Michael Gitlin, profesor de psiquiatría de la Universidad de California en Los Ángeles, “desconozco si ese hábito constituye una conducta psicopatológica. Yo siempre lo he tenido”. LaFrance explica: “Estar al lado de otra persona puede sentirse como un contacto íntimo; cuando se trata de un desconocido, esa intimidad resulta muy incómoda”.
P.Soy una adolescente, ¡y me saca de quicio que los alimentos se toquen entre sí! Pido que me sirvan la carne, las papas y otras verduras en platos separados, y uso distinto tenedor para cada cosa. A mi mamá le molesta esta manía, pero estoy en mi derecho, ¿o no?
En este caso le damos la razón a tu mamá. En opinión casi unánime de los especialistas, harías bien en buscar ayuda. Tu conducta no es normal ni inofensiva porque incomoda a otra persona. Los expertos consultados dieron varias explicaciones posibles de tu comportamiento:
Quizá padezcas anorexia, dice Beresin, especialista en trastornos alimentarios, pues un síntoma común de este mal es la aversión al contacto entre los alimentos. Otra posibilidad es el TOC, y otra más, según el doctor Michael Wymes, psiquiatra del Hospital Kaiser en Vallejo, California, el trastorno de espectro autista (TEA), consistente en tendencias al autismo. Mientras que los enfermos de TOC pueden temer el riesgo de contaminarse por dicho contacto, quienes padecen TEA y tienen la misma fobia no pueden explicarla en términos lógicos. Tales personas pretenden dictar reglas peculiares sobre el mundo que las rodea —como “los alimentos deben estar separados”— y se ponen mal si no lo están.
Sea cual sea la causa de tu conducta, es probable que empeore con la edad y que no se corrija sin tratamiento. ¿Qué vas a hacer cuando un chico te invite a comer afuera: pedir cinco platos y cinco tenedores? Dudamos de que vuelva a invitarte.
P.¿Por qué gasto energías, sobre todo al despertarme a media noche, preocupándome por cosas absurdas que no pueden pasar? Me imagino que me secuestran y me torturan; discurrí un plan para sobrevivir al viajar en avión si caen las alas, y sé exactamente lo que diré si me despiden del trabajo. Comprendo lo absurdo de mis temores sobre los rebeldes y los aviones, y mi jefe acaba de darme un aumento. ¿Por qué, pues, siempre espero y me preparo para lo peor?
A raíz de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, médicos y psicólogos observaron un marcado aumento de la ansiedad en torno al terrorismo. Hay una amenaza real contra los ciudadanos de ese país, en quienes resulta natural y comprensible cierto grado de angustia. Según Joseph Himmelsbach, psicólogo de la Universidad Médica Estatal de Nueva York, “es imposible vivir sin ansiedad, y parte de la psicoterapia consiste en controlar el estrés propio de la vida diaria”. Sin embargo, parece que su angustia es mayor de lo normal, sobre todo porque le quita el sueño. Himmelsbach agrega: “Usted crea fantasías en las que deposita sus temores, y se ha convencido de que si le encuentra solución, podrá lidiar con cualquier desgracia que le ocurra”.
Es bueno que se dé cuenta de lo poco realista de sus temores. Gitlin le aconseja comprender también que sus planes “serían, en todo caso, inútiles”. El especialista se pregunta si no le ocurre lo que les pasa a algunos hipocondríacos, “quienes, si tienen tos, piensan que se debe a un cáncer de pulmón. Las personas ansiosas, tal vez por alguna conexión cerebral aún desconocida, tienden a interpretar la realidad de manera catastrófica”.
Si sus preocupaciones son ocasionales, intente alejarlas con argumentos racionales, pero si siente que tienen más poder sobre usted que usted sobre ellas, hable con un amigo de confianza o un psicoterapeuta. Si su ansiedad le produce ataques de pánico, consulte a su médico: hay medicamentos para eso.
P.A veces, no importa si estoy sentado, acostado o parado, siento como que me caigo. En realidad no me caigo, pero siento como si me cayera. ¿Es normal?
Todos los especialistas le aconsejan que acuda al médico esta semana. Su trastorno tiene una decena de causas posibles, desde un leve efecto secundario de un medicamento que esté tomando hasta un tumor cerebral grave, y no hay manera de saberlo hasta que consulte al médico, quien quizá le mande hacer tomografías del cerebro y lo remita a un neurólogo. Busque atención sin tardanza.
P.Odio elegir cosas. Cuando quiero sacar una cuchara del cajón, me cuesta decidirme, aunque todas son iguales. Y cuando finalmente elijo una, siento pena por las demás y hasta me disculpo con ellas: “Perdón, la próxima vez será”. ¿Es anormal?
Los especialistas metieron la cuchara en su caso, y cada uno eligió una distinta. Mientras que Perman ve en usted un alma herida y “una hipersensibilidad exacerbada por el maltrato, el abandono o el descuido”, Wymes la encuentra demasiado egocéntrica: “Es narcisista pensar que las cucharas quieren que usted las use”.
Por su parte, el doctor Joshua Coleman, psicólogo y escritor de San Francisco, duda de que usted se esfuerce en ámbitos más importantes que el cajón de los cubiertos. “Para triunfar en la vida personal y profesional hay que saber lo que se quiere y la importancia de las propias necesidades”, explica.
Y Beresin pregunta: “¿Habla en serio? ¿También se disculpa con las toallas del baño, los lápices del escritorio o los productos que no compra en un negocio? El pensamiento mágico —suponer que los objetos inanimados tienen sentimientos— es normal en un niño de cuatro años, pero no en un adulto”. Ya que usted le resulta tan fascinante a los psicólogos, considere la conveniencia de acudir a uno. No tendrá que disculparse con él.
P.¿Por qué no puedo tirar las cosas? Conservo todo mi guardarropa de los años 70: serviría para el vestuario de una película, si no estuviera apolillado. Y nunca desecho una computadora: tengo cuatro en la baulera. Mi familia me hace tirar los diarios, pero lo detesto. Siempre pienso que podríamos llegar a necesitar los objetos que guardo. ¿Estoy loca?
Un freudiano más bien diría que usted tiene una personalidad retentiva anal. Es posible que padezca el síndrome de la urraca: un afán patológico de guardar cosas. Las personas afectadas no se sienten bien si no están rodeadas de sus pertenencias; es decir, de todo lo que alguna vez fue suyo. El síndrome de la urraca tiene relación con el TOC, y en ambos el afán de atesorar es un vano intento de controlar algo en un mundo inestable.
En casos extremos, dice Gitlin, “los guardadores patológicos no pueden moverse en su casa por el estorbo de los objetos acumulados, no encuentran lo que buscan y hacen su morada muy vulnerable a los incendios”. Su trastorno parece menos grave que eso, pero todo es cuestión de grado. Su familia quizá tenga una mejor opinión, y si le aconsejan que busque ayuda, escúchelos.
“No hay criterios absolutos” para calificar esta conducta, ni la mayoría de las expuestas antes, dice el doctor Nando Pelusi, psicólogo clínico de la Ciudad de Nueva York. En los trastornos psíquicos no hay que perder de vista el contexto: “Algo que en un caso es una simple rareza emocional, en otro podría ser una conducta francamente dañina”. Como no existen reglas estrictas, su familia y usted tienen que decidir por sí solos. “Cuando la persona se da cuenta de que la conducta es peligrosa o perturbadora”, agrega Pelusi, “es cuando acuden a psicoterapeutas como yo”.
fuente
http://www.rdselecciones.com/contenido/content.php?contentID=201
Por William Speed Weed
Si se retorcés el pelo mientras leés o contás siempre las rayas de las baldosas de una vereda, es mejor que leas este artículo.
Queridos lectores, gracias por sus colaboraciones. Después de nuestro primer “¿Estoy loco?”, publicado en julio de 2006, nos llovieron cartas en que nos cuentan sus pequeñas rarezas, y hemos constatado que de loco todos tenemos un poco. Algunos albergan temores irracionales; otros, sentimientos de culpa; otros más, un complejo de superioridad. Sufren de ansiedad, insensibilidad, euforia, depresión, ira y amor. Pero, claro, lo mismo nos pasa a todos porque somos humanos, imperfectos y pintorescos a nuestro peculiar estilo, y porque, bien mirado, la “normalidad” no existe.
Aun así, hay que distinguir entre las conductas raras aceptables y aquellas que causan problemas y deben corregirse. Es muy tenue la línea entre lo excéntrico y lo patológico. Consultamos sus casos con eminentes psiquiatras y psicólogos, y he aquí el dictamen de sus distintos grados de locura.
P.¿Por qué me retuerzo el cabello con un dedo siempre que leo, y sólo cuando leo?
Alégrese de no tener tricotilomanía, el hábito malsano de arrancarse mechones de pelo de la cabeza, las cejas y otras partes velludas del cuerpo. Su conducta es una rareza inofensiva y tal vez muy útil: quizá la haya adoptado como un mensaje no verbal, dirigido a quienes te rodean, para decir “¡Déjenme en paz! Estoy leyendo”. Según la psicóloga Marianne LaFrance, de la Universidad Yale, “los hábitos de automanipulación como retorcerse el cabello son mensajes sutiles que enviamos a los demás para que no se acerquen. Si una persona se mira sin cesar las uñas o tamborilea con la punta del pie, nos expresa que no quiere hablar con nosotros”.
P.Tengo 47 años y me encanta el tacto del raso. De chico acariciaba el ribete de raso de la colcha mientras me chupaba el dedo. Ahora llevo siempre un pañuelo de ese material y lo acaricio en el bolsillo. Me calma. ¿Estoy loco?
En absoluto, dice Lori Perman, doctora en psicología y psicoterapeuta de Santa Mónica, California. “La mayoría de la gente nunca supera la necesidad de consuelo, sólo que la satisface con comportamientos más adultos que el de llevar siempre a rastras una mantita de bebé”. Antes bien, si no halláramos la manera de relajarnos y aliviar el estrés cotidiano, enloqueceríamos. Demasiados adultos recurren a consuelos nocivos, como fumar o comer en exceso. Un poco de acariciar raso en privado no afecta a nadie.
P.Cuento todo: los escalones del lugar donde trabajo (23), los paneles del techo (96), las ondas de la cortina (14). En el consultorio del dentista cuento ¡hasta las repeticiones de las flores de papel de la pared! Debo estar tocado.cuenta
El hábito de contar puede ser una simple rareza, incluso benéfica, señala Doris Wild Helmering, psicoterapeuta y escritora de Saint Louis, Missouri. “¿Qué mejor manera de distraerse de las maniobras del dentista que contar las flores del consultorio?”, dice. Pero para algunas personas contar se vuel-ve una actividad obsesiva (aritmomanía) incontrolable e incapacitante. Estos contadores sin cuento podrían ser víctimas del trastorno obsesivocompulsivo (TOC), explica el doctor Eugene Beresin, profesor de psiquiatría de la Universidad Harvard.
La verdadera cuestión es si usted controla el conteo o él lo controla a usted. Beresin propone: “Pregúntese qué pasaría si usted dejara de contar. ¿Algo malo? ¿Se pondría ansioso?” Para algunos casos de TOC, el tratamiento más eficaz es una combinación de antidepresivos y psicoterapia con un psiquiatra competente.
P.Si camino en el shopping o manejo mi auto, no soporto ir al ritmo de quienes van a mi lado. Tengo que acelerar para adelantarme o frenar para que me pasen. ¿Es esto irracional?
De ninguna manera. Según el doctor Michael Gitlin, profesor de psiquiatría de la Universidad de California en Los Ángeles, “desconozco si ese hábito constituye una conducta psicopatológica. Yo siempre lo he tenido”. LaFrance explica: “Estar al lado de otra persona puede sentirse como un contacto íntimo; cuando se trata de un desconocido, esa intimidad resulta muy incómoda”.
P.Soy una adolescente, ¡y me saca de quicio que los alimentos se toquen entre sí! Pido que me sirvan la carne, las papas y otras verduras en platos separados, y uso distinto tenedor para cada cosa. A mi mamá le molesta esta manía, pero estoy en mi derecho, ¿o no?
En este caso le damos la razón a tu mamá. En opinión casi unánime de los especialistas, harías bien en buscar ayuda. Tu conducta no es normal ni inofensiva porque incomoda a otra persona. Los expertos consultados dieron varias explicaciones posibles de tu comportamiento:
Quizá padezcas anorexia, dice Beresin, especialista en trastornos alimentarios, pues un síntoma común de este mal es la aversión al contacto entre los alimentos. Otra posibilidad es el TOC, y otra más, según el doctor Michael Wymes, psiquiatra del Hospital Kaiser en Vallejo, California, el trastorno de espectro autista (TEA), consistente en tendencias al autismo. Mientras que los enfermos de TOC pueden temer el riesgo de contaminarse por dicho contacto, quienes padecen TEA y tienen la misma fobia no pueden explicarla en términos lógicos. Tales personas pretenden dictar reglas peculiares sobre el mundo que las rodea —como “los alimentos deben estar separados”— y se ponen mal si no lo están.
Sea cual sea la causa de tu conducta, es probable que empeore con la edad y que no se corrija sin tratamiento. ¿Qué vas a hacer cuando un chico te invite a comer afuera: pedir cinco platos y cinco tenedores? Dudamos de que vuelva a invitarte.
P.¿Por qué gasto energías, sobre todo al despertarme a media noche, preocupándome por cosas absurdas que no pueden pasar? Me imagino que me secuestran y me torturan; discurrí un plan para sobrevivir al viajar en avión si caen las alas, y sé exactamente lo que diré si me despiden del trabajo. Comprendo lo absurdo de mis temores sobre los rebeldes y los aviones, y mi jefe acaba de darme un aumento. ¿Por qué, pues, siempre espero y me preparo para lo peor?
A raíz de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, médicos y psicólogos observaron un marcado aumento de la ansiedad en torno al terrorismo. Hay una amenaza real contra los ciudadanos de ese país, en quienes resulta natural y comprensible cierto grado de angustia. Según Joseph Himmelsbach, psicólogo de la Universidad Médica Estatal de Nueva York, “es imposible vivir sin ansiedad, y parte de la psicoterapia consiste en controlar el estrés propio de la vida diaria”. Sin embargo, parece que su angustia es mayor de lo normal, sobre todo porque le quita el sueño. Himmelsbach agrega: “Usted crea fantasías en las que deposita sus temores, y se ha convencido de que si le encuentra solución, podrá lidiar con cualquier desgracia que le ocurra”.
Es bueno que se dé cuenta de lo poco realista de sus temores. Gitlin le aconseja comprender también que sus planes “serían, en todo caso, inútiles”. El especialista se pregunta si no le ocurre lo que les pasa a algunos hipocondríacos, “quienes, si tienen tos, piensan que se debe a un cáncer de pulmón. Las personas ansiosas, tal vez por alguna conexión cerebral aún desconocida, tienden a interpretar la realidad de manera catastrófica”.
Si sus preocupaciones son ocasionales, intente alejarlas con argumentos racionales, pero si siente que tienen más poder sobre usted que usted sobre ellas, hable con un amigo de confianza o un psicoterapeuta. Si su ansiedad le produce ataques de pánico, consulte a su médico: hay medicamentos para eso.
P.A veces, no importa si estoy sentado, acostado o parado, siento como que me caigo. En realidad no me caigo, pero siento como si me cayera. ¿Es normal?
Todos los especialistas le aconsejan que acuda al médico esta semana. Su trastorno tiene una decena de causas posibles, desde un leve efecto secundario de un medicamento que esté tomando hasta un tumor cerebral grave, y no hay manera de saberlo hasta que consulte al médico, quien quizá le mande hacer tomografías del cerebro y lo remita a un neurólogo. Busque atención sin tardanza.
P.Odio elegir cosas. Cuando quiero sacar una cuchara del cajón, me cuesta decidirme, aunque todas son iguales. Y cuando finalmente elijo una, siento pena por las demás y hasta me disculpo con ellas: “Perdón, la próxima vez será”. ¿Es anormal?
Los especialistas metieron la cuchara en su caso, y cada uno eligió una distinta. Mientras que Perman ve en usted un alma herida y “una hipersensibilidad exacerbada por el maltrato, el abandono o el descuido”, Wymes la encuentra demasiado egocéntrica: “Es narcisista pensar que las cucharas quieren que usted las use”.
Por su parte, el doctor Joshua Coleman, psicólogo y escritor de San Francisco, duda de que usted se esfuerce en ámbitos más importantes que el cajón de los cubiertos. “Para triunfar en la vida personal y profesional hay que saber lo que se quiere y la importancia de las propias necesidades”, explica.
Y Beresin pregunta: “¿Habla en serio? ¿También se disculpa con las toallas del baño, los lápices del escritorio o los productos que no compra en un negocio? El pensamiento mágico —suponer que los objetos inanimados tienen sentimientos— es normal en un niño de cuatro años, pero no en un adulto”. Ya que usted le resulta tan fascinante a los psicólogos, considere la conveniencia de acudir a uno. No tendrá que disculparse con él.
P.¿Por qué no puedo tirar las cosas? Conservo todo mi guardarropa de los años 70: serviría para el vestuario de una película, si no estuviera apolillado. Y nunca desecho una computadora: tengo cuatro en la baulera. Mi familia me hace tirar los diarios, pero lo detesto. Siempre pienso que podríamos llegar a necesitar los objetos que guardo. ¿Estoy loca?
Un freudiano más bien diría que usted tiene una personalidad retentiva anal. Es posible que padezca el síndrome de la urraca: un afán patológico de guardar cosas. Las personas afectadas no se sienten bien si no están rodeadas de sus pertenencias; es decir, de todo lo que alguna vez fue suyo. El síndrome de la urraca tiene relación con el TOC, y en ambos el afán de atesorar es un vano intento de controlar algo en un mundo inestable.
En casos extremos, dice Gitlin, “los guardadores patológicos no pueden moverse en su casa por el estorbo de los objetos acumulados, no encuentran lo que buscan y hacen su morada muy vulnerable a los incendios”. Su trastorno parece menos grave que eso, pero todo es cuestión de grado. Su familia quizá tenga una mejor opinión, y si le aconsejan que busque ayuda, escúchelos.
“No hay criterios absolutos” para calificar esta conducta, ni la mayoría de las expuestas antes, dice el doctor Nando Pelusi, psicólogo clínico de la Ciudad de Nueva York. En los trastornos psíquicos no hay que perder de vista el contexto: “Algo que en un caso es una simple rareza emocional, en otro podría ser una conducta francamente dañina”. Como no existen reglas estrictas, su familia y usted tienen que decidir por sí solos. “Cuando la persona se da cuenta de que la conducta es peligrosa o perturbadora”, agrega Pelusi, “es cuando acuden a psicoterapeutas como yo”.
fuente
http://www.rdselecciones.com/contenido/content.php?contentID=201
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viernes, 5 de septiembre de 2008
piel de zombie - Argiria
Argiria
(argirosis).
link: http://www.videos-star.com/watch.php?video=SnXdk3Kmq9s
La argiria es una enfermedad caracterizada por el cambio de color de la piel y otros órganos y tejidos (como la conjuntiva) del paciente, de su color natural a un color gris-azulado, siendo especialmente más acusado este cambio en las zonas expuestas.
La argiria se produce por una exposición prolongada a plata y a las sales de plata. Se pueden encontrar casos de argiria generalizada o localizada
(argirosis).
link: http://www.videos-star.com/watch.php?video=SnXdk3Kmq9s
La argiria es una enfermedad caracterizada por el cambio de color de la piel y otros órganos y tejidos (como la conjuntiva) del paciente, de su color natural a un color gris-azulado, siendo especialmente más acusado este cambio en las zonas expuestas.
La argiria se produce por una exposición prolongada a plata y a las sales de plata. Se pueden encontrar casos de argiria generalizada o localizada
fuente
http://es.wikipedia.org/wiki/Argiria
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miércoles, 3 de septiembre de 2008
El te con leche
¿Se debe añadir la leche al té o el té a la leche?
Hay tantas maneras de preparar un té que hasta los propios británicos no están de acuerdo sobre cuál es la adecuada. Sin embargo prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que, si se quiere tomar té con leche, se debe echar primero la leche y sobre ella el té. De la misma manera, hay acuerdo en que la leche debe ser fría y sin que previamente haya sido hervida.
Los taninos, uno de los principales componentes del té, son los responsable de su sabor amargo y astringente.
Al añadir leche al té, los taninos se unen a las proteínas de la leche y disminuye en gran manera su astringencia.
Si se echa la leche sobre el té caliente, las proteínas de aquella se desnaturalizaran en parte perdiendo entonces la capacidad de enmascarar a los taninos. Al echar el té caliente sobre la leche fría se consigue que la temperatura aumente lentamente, dándole tiempo a la leche a realizar su tarea. De la misma manera, en la leche hervida, las proteínas ya se encuentran desnaturalizadas.
Hay tantas maneras de preparar un té que hasta los propios británicos no están de acuerdo sobre cuál es la adecuada. Sin embargo prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que, si se quiere tomar té con leche, se debe echar primero la leche y sobre ella el té. De la misma manera, hay acuerdo en que la leche debe ser fría y sin que previamente haya sido hervida.
Los taninos, uno de los principales componentes del té, son los responsable de su sabor amargo y astringente.
Al añadir leche al té, los taninos se unen a las proteínas de la leche y disminuye en gran manera su astringencia.
Si se echa la leche sobre el té caliente, las proteínas de aquella se desnaturalizaran en parte perdiendo entonces la capacidad de enmascarar a los taninos. Al echar el té caliente sobre la leche fría se consigue que la temperatura aumente lentamente, dándole tiempo a la leche a realizar su tarea. De la misma manera, en la leche hervida, las proteínas ya se encuentran desnaturalizadas.
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